Acúdeme también ahora, y líbrame ya
de mis terribles congojas, cúmpleme que logre
cuanto mi ánimo ansía, y sé en esta guerra
tú misma mi aliada.
Ya se ocultó la luna
y las Pléyades. Promedia
la noche. Pasa la hora.
Y yo duermo sola.
Soy yo, a la vez, servidor del divino Enialio
y conocedor del amable don de las Musas.
Porque ni llorando remediaré nada, ni nada
empeoraré dándome a placeres y festejos.
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